Documento del BID en formato revista (Calameo): bid-2: emociones positivas y salud
Pese a que el
texto Emociones positivas y salud ha
resultado ser muy denso para el estudio preparatorio del BID, he de decir que me
ha parecido muy interesante, ya que en él se muestra la evidencia científica
que avala la relación entre las emociones positivas y la salud.
Existen una
gran variedad de estudios que dejan entrever la relación entre las emociones
negativas y los procesos de enfermedad, así como la que sucede entre las
emociones positivas y la mejoría de la enfermedad, la prevención de las mismas
y la prolongación de la vida. Referido a
esto, me ha llamado mucho la atención el ejemplo que se expone en el texto
acerca de uno de los estudios más famosos por sus condiciones de control
experimental, que examina los predictores de longevidad de una amplia muestra
longitudinal de monjas católicas. Este consistió en el análisis del estado de
salud y longevidad de 180 monjas católicas justo antes de ingresar en una orden
religiosa. Éstas escribieron breves relatos autobiográficos sobre sus vidas y
sus pensamientos de futuro; aquellas que mostraron en esos relatos emociones
positivas gozaban de un mejor estado de salud y vivían una media de 10 años más
que aquellas que no expresaban emociones positivas. Cabe comentar que el estilo
de vida de todas ellas fue similar desde el momento de su ingreso en la orden
religiosa, con lo que éste no pudo influir en el aumento de su longevidad.
Lo cierto es
que las emociones negativas producen una activación del Sistema Nervioso
Autónomo, mientras que las emociones positivas consiguen desactivar esta
respuesta.
Se dice que
es bueno “soltar” o expresar las emociones intensas, ya que si las ocultamos o
minimizamos eso repercutirá negativamente en nuestra salud. Tras la lectura del
texto he comprendido mejor este concepto: se puede decir que la inhibición por
sí sola no causa alteraciones somáticas ni es inherentemente insana, pero
cuando en esta inhibición confluyen otras características, como una excesiva
activación autónoma o una interferencia con las estrategias de afrontamiento
adecuadas, puede ser perjudicial para la salud.
Para mi
sorpresa, aunque se sabe que las emociones positivas influyen en una mejora de
las enfermedades y en una prolongación de la vida, los niveles altos de afecto
positivo perjudican a los pacientes con
enfermedad en fase terminal. La razón es que en ocasiones esa efusividad puede
ser peligrosa en el sentido en que contribuye a un afrontamiento desadaptativo:
estos pacientes pueden no tomar en serio su enfermedad, lo que influye en una
menor adherencia al régimen terapéutico, o pueden incurrir en la supresión
emocional. Tal vez esto se deba a que quienes saben que van a morir pronto
decidan a menudo vivir lo que les queda de vida de la forma menos dolorosa
posible, sin tener que someterse a tratamientos con efectos adversos.
Relacionado
con esto, está el síndrome de invulnerabilidad, que es el que sucede sobre todo
en adolescentes, cuando éstos no son conscientes de los riesgos que pueden
conllevar ciertas acciones, y se dejan llevar por los afectos positivos sin
pensar en las posibles consecuencias negativas.
También me ha
llamado la atención el hecho de que las emociones negativas sean mucho más
duraderas que las positivas, debido a la valencia emocional desagradable que
conlleva a través de la rumiación (pensamientos negativos derivados de la
continuación de problemas sin resolver), así como el hecho de que nos adaptemos
mucho más rápido a las emociones positivas.
Finalizo con el pensamiento de que afrontar las crisis con optimismo, saborear el día a día, poner buena cara al mal tiempo y mirar el mundo con otros ojos es otra forma, fundamental, de cuidarse.
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