jueves, 18 de abril de 2013

Clase teórica 18/04/2013

Documento del BID en formato revista (Calameo): bid-2: emociones positivas y salud

Pese a que el texto Emociones positivas y salud ha resultado ser muy denso para el estudio preparatorio del BID, he de decir que me ha parecido muy interesante, ya que en él se muestra la evidencia científica que avala la relación entre las emociones positivas y la salud.
Existen una gran variedad de estudios que dejan entrever la relación entre las emociones negativas y los procesos de enfermedad, así como la que sucede entre las emociones positivas y la mejoría de la enfermedad, la prevención de las mismas y la prolongación de la vida.  Referido a esto, me ha llamado mucho la atención el ejemplo que se expone en el texto acerca de uno de los estudios más famosos por sus condiciones de control experimental, que examina los predictores de longevidad de una amplia muestra longitudinal de monjas católicas. Este consistió en el análisis del estado de salud y longevidad de 180 monjas católicas justo antes de ingresar en una orden religiosa. Éstas escribieron breves relatos autobiográficos sobre sus vidas y sus pensamientos de futuro; aquellas que mostraron en esos relatos emociones positivas gozaban de un mejor estado de salud y vivían una media de 10 años más que aquellas que no expresaban emociones positivas. Cabe comentar que el estilo de vida de todas ellas fue similar desde el momento de su ingreso en la orden religiosa, con lo que éste no pudo influir en el aumento de su longevidad.
Lo cierto es que las emociones negativas producen una activación del Sistema Nervioso Autónomo, mientras que las emociones positivas consiguen desactivar esta respuesta.
Se dice que es bueno “soltar” o expresar las emociones intensas, ya que si las ocultamos o minimizamos eso repercutirá negativamente en nuestra salud. Tras la lectura del texto he comprendido mejor este concepto: se puede decir que la inhibición por sí sola no causa alteraciones somáticas ni es inherentemente insana, pero cuando en esta inhibición confluyen otras características, como una excesiva activación autónoma o una interferencia con las estrategias de afrontamiento adecuadas, puede ser perjudicial para la salud.
Para mi sorpresa, aunque se sabe que las emociones positivas influyen en una mejora de las enfermedades y en una prolongación de la vida, los niveles altos de afecto positivo  perjudican a los pacientes con enfermedad en fase terminal. La razón es que en ocasiones esa efusividad puede ser peligrosa en el sentido en que contribuye a un afrontamiento desadaptativo: estos pacientes pueden no tomar en serio su enfermedad, lo que influye en una menor adherencia al régimen terapéutico, o pueden incurrir en la supresión emocional. Tal vez esto se deba a que quienes saben que van a morir pronto decidan a menudo vivir lo que les queda de vida de la forma menos dolorosa posible, sin tener que someterse a tratamientos con efectos adversos.
Relacionado con esto, está el síndrome de invulnerabilidad, que es el que sucede sobre todo en adolescentes, cuando éstos no son conscientes de los riesgos que pueden conllevar ciertas acciones, y se dejan llevar por los afectos positivos sin pensar en las posibles consecuencias negativas.
También me ha llamado la atención el hecho de que las emociones negativas sean mucho más duraderas que las positivas, debido a la valencia emocional desagradable que conlleva a través de la rumiación (pensamientos negativos derivados de la continuación de problemas sin resolver), así como el hecho de que nos adaptemos mucho más rápido a las emociones positivas.
Finalizo con el pensamiento de que afrontar las crisis con optimismo, saborear el día a día, poner buena cara al mal tiempo y mirar el mundo con otros ojos es otra forma, fundamental, de cuidarse.




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